Confucio: Quien pretenda una felicidad y sabiduría constantes, deberá acomodarse a frecuentes cambios.
Nuevas situaciones, nuevas personas, nuevos idiomas… podemos interpretar cualquiera de ellos como un cambio no deseado, si no amenazante. Esto es una mala noticia para la forma en que vigilamos a las multitudes, llevamos a cabo acciones de mantenimiento de la paz en el extranjero o tratamos a personas desconocidas. Nuestra reacción exagerada a lo que puede parecer un caos puede producir un verdadero caos. Cuando el cambio finalmente nos abruma, podemos asustarnos tanto que olvidamos que otros seres humanos son humanos y nos comportamos mal. ¿Por qué no? Estamos en el caos. Incluso si la evitación del cambio forma una prisión, salir de ella puede parecer espantoso. Estar sin amor, o sin interacciones novedosas, puede ser horrible, pero su presencia puede cambiarnos. Y cuando nos quitan algo o alguien que ya amamos, por accidente, por duelo, por cambios que no podemos controlar, su ausencia nos cambia. Esto no hace que el cambio sea atractivo. Podemos intentar controlar nuestras propias alteraciones superficiales, comprando lo último en tecnología, asumiendo riesgos, no sólo nadando con tiburones, sino con tiburones que nunca hemos conocido, buscando lo nuevo y más nuevo. Pero ese es un comportamiento tan rígido como mi triste aferramiento a los aparatos eléctricos caducos, a las soledades pulcras y a las historias de fatalidad que implican ataques de tiburones. El cambio real seguirá ocurriendo.